Si nos ponemos a pensar detenidamente, la
conclusión que sacamos es que desconocemos mucho más de lo que imaginamos.
Nuestro medio de comunicación verbal es muy limitado, por lo que también limita
nuestro conocimiento, en todos los sentidos.
Quedamos inmersos en creencias que son
inculcadas desde que nacemos, y actuamos en base a eso. Estamos dentro de un
cubo, donde solo hay límites que alteran nuestra libertad de elegir. Creemos
que algo es así, porque nos dijeron, porque nos mostraron que es así, por más
que la curiosidad vaya un poco más allá, siempre va a estar entre dos espacios:
lo que creemos, y la verdad.
Creemos que esa es LA verdad, estamos
influenciados por el contexto de donde somos y no hay forma de salir de eso.
Entonces, lo más sensato es creer que más allá de esa realidad propia, hay algo
más. De lo contrario estamos sujetos a estar siempre en respuestas concretas,
sin la posibilidad de llegar a ideas más confusas, pero ilimitadas.
Creemos que sabemos y nos quedamos quietos ahí,
entre las palabras que todo lo explican.
Aceptar algo que va más allá de lo que
imaginamos, nos permite vivir en incertidumbre, pero admitir que la realidad es
aquí y ahora, obligándonos a sentir, intuir, asombrarse a lo que significa.
Aceptemos que no
tenemos idea de nada y, desde esa libertad y vacío que nos da el no saber,
comencemos a llenarnos de aquello que somos, que tampoco sé que es.
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